A los 16 años comenzó a aprender. A los 18, ya trabajaba. Y desde entonces, Juan Carlos no detuvo nunca las tijeras. Hoy, a sus 78 años, recuerda cada etapa de su recorrido con la misma pasión que lo llevó, hace más de medio siglo, a fundar en su lugar en el mundo: Comodoro Rivadavia.
“Cuando yo vine tenía 22 años, y en cada esquina había una peluquería”, recuerda. Corría el año 1969 y su primer contacto fue ayudando en una peluquería de damas. Poco después, abrió su propio espacio, primero cerca del Hotel Colón, luego en otros locales del centro, siempre acompañado por una clientela fiel. “Hay gente que viene desde que eran chicos, ahora traen a sus hijos, y hasta a sus nietos. Son generaciones”, dice, con un brillo en los ojos que mezcla orgullo y nostalgia en diálogo con Del Mar Digital.

Para Juan Carlos, el oficio fue mucho más que un trabajo. Fue su escuela de vida, su red social, su refugio. “Mi profesión me dejó todo: amigos, recuerdos de los que ya no están, historias. Este oficio te da algo muy valioso: el trato con la gente”, confiesa, mientras repasa anécdotas.
“Hace rato que no quiero colgar la toalla, pero también quiero empezar a disfrutar un poco más. Es un trabajo muy unipersonal, muy demandante”, admite. La vitalidad la conserva intacta: “Tengo la cabeza de 20, pero el cuerpo se pasa la vida”, bromea.
Juan Carlos habla con gratitud de la ciudad que lo abrazó. “Comodoro nos dio todo, un nivel de gente extraordinaria”, dice, aunque también lamenta los tiempos difíciles: “Lástima los momentos que se viven”.

A punto de dejar atrás la rutina diaria de la peluquería, sabe que su legado está en cada historia compartida, en cada corte que selló un vínculo. “Nunca me imaginé estar a esta edad y seguir trabajando”, afirma. Pero sí lo hizo, y lo hizo con amor.
Juan Carlos, más que un peluquero, es parte de la historia viva de Comodoro. Una historia escrita con tijeras, palabras y memoria.