(Federico González) En las elecciones provinciales del domingo, el peronismo logró lo que muchos
analistas vaticinaban pero pocos se animaban a decir en voz alta: una victoria clara, por
más de 13 puntos sobre La Libertad Avanza. Una diferencia tan aplastante en las urnas
como contundente en el plano simbólico. No fue solo un aluvión de votos, sino también
un cachetazo que desarma la épica oficialista de “mayorías adherentes” y desnuda la
fragilidad del experimento libertario en el barro real de la política territorial.
Se gastaron ríos de tinta sentenciando que la gente no iría a votar y que el
presentismo no superaría el 50%. Sin embargo, quien escribe sostuvo con claridad que
la participación oscilaría entre 60 y 65%. Tal como ocurrió. Y todavía más: agregué que
en octubre la concurrencia será mayor. Ya veremos.
Pero, como era también previsible, la reacción del Presiente Milei potenció la
magnitud del resultado. Contrario a lo que este articulista conjeturaba, Milei no se
presentó como un niño caprichoso, sino como un presidente que —al menos en el plano
manifiesto— se esforzó en aceptar la derrota con serenidad. Reconoció el revés
electoral, prometió análisis y autocrítica, y agradeció a sus fiscales y militantes. Hasta
aquí, un gesto reflexivo que sorprendió acaso a propios y ajenos.
Sin embargo, debajo de esa superficie parsimoniosa emergió también otra
capa: la reafirmación absoluta de su programa. Mientras en lo político habló de
correcciones, en lo económico no concedió ni un milímetro. El mensaje fue claro: se
revisarán errores de campaña, pero no se pondrá en duda el rumbo fiscal, monetario,
cambiario ni la ofensiva contra una casta que, a esta altura, atraviesa el seno mismo
de su propio gobierno. Allí no hay rectificación posible.
Fue, efectivamente, un discurso transaccional: el deseo beligerante refrenado en las
formas, pero satisfecho en el contenido al blindar la esencia de su proyecto.
La psicología enseña que aceptar la realidad no siempre implica cambiar de
rumbo. Puede también significar absorber el golpe sin alterar la estrategia. Y eso es lo
que hizo Milei: reconoció la derrota, pero la resignificó como un “piso” desde el cual
relanzar su campaña hacia octubre. No hubo bravuconadas, pero sí un desafío implícito:
se corregirán errores políticos, pero no se tocará el inmaculado modelo. En suma, una
más de las tantas versiones del gatopardismo.
En el trasfondo político, la derrota golpeó de lleno al tan mentado “círculo de
hierro”: el presidente Javier Milei, la secretaria general de la Presidencia Karina Milei y
el estratega Santiago Caputo. Mientras que, en el bando ganador, emergió un nuevo
triángulo: Cristina Kirchner, Axel Kicillof y Sergio Massa. La primera aportó mística,
votos y lo que emana de haber sido colocada en el lugar de mártir estoica. El gobernador
Kicillof aportó gestión, convicción y honestidad. Por último, Sergio Massa, aunque en
silencio, fue el arquitecto indispensable de la unidad: sin su aporte inteligente y
trabajado, el triunfo no habría sido posible.
Addendum
El peronismo celebra, La Libertad Avanza retrocede. Milei no se enfurece,
pero procesa y redobla la apuesta. Un cuadro menos estridente de lo esperado, pero
igualmente previsible en su lógica: autocrítica en las palabras, inflexibilidad en los
hechos